Si algo nos caracteriza a los Maristas es el carisma y la fidelidad que profesamos a nuestros antecesores, a los que seguimos como ejemplo en el camino que aún nos queda por recorrer.
Además de nuestro fundador, Marcelino Champagnat, hay otras muchas personas pertenecientes a la institución que por una u otra razón o vivencia, se convierten en LUZ para los que seguimos hoy en día acompañando el crecimiento personal y académico de cada niño o niña que se acerca a cualquiera de nuestras obras (bien sean educativas o bien sean sociales).
Durante la primera semana de Noviembre, esta LUZ nos la han dado cuatro hermanos Maristas que hace 25 años dieron su VIDA por acompañar hasta el final a quienes para ellos eran algo más que sus alumnos o pupilos, a los que ellos en muy poco tiempo, apenas un año, consideraron como a su propia FAMILIA. Su historia se ha revivido durante los amaneceres de este inicio de mes en cada aula de todos los centros Maristas de Europa, así como en los claustros de profesores, como homenaje a su servicio y, sobre todo, a su ejemplo de entereza y responsabilidad.
Si no conocéis aún su historia, os relatamos un breve resumen:
El 31 de octubre de 1996, los Hermanos maristas Miguel Ángel Isla, Julio Rodríguez, Fernando de la Fuente y Servando Mayor entregaron su vida, asesinados en los campos de refugiados de Bugobe (Zaire; actual República Democrática del Congo), en la frontera con Rwanda. Sí, entregaron su vida; la entregaron porque en medio de la revolución que se estaba produciendo en el país vecino, Rwanda, en el que la etnia Tutsi estaba siendo exterminada de forma sistemática y cruel a manos de la etnia Hutu, los primeros cruzaban la frontera hacia el Zaire para encontrar la salvación; y ahí, en uno de los campamentos de refugiados de esa frontera estaban nuestro cuatro compañeros y que, lejos de huir de lo que parecía que no iba con ellos, ayudaron a huir a todos los
que pudieron con su furgoneta hasta alejarlos del peligro……volviendo de nuevo a su campamento para acompañar a los que ni el tiempo ni los medios permitieron prolongar y culminar la huida……y ahí, en el inmenso campo de refugiados de Nyamirangwe en el que trabajaban desde 1995 asegurando la educación de los niños y niñas, ayudando en la liturgia, proporcionando multitud de servicios con el coche y con el molino, tras la incursión de los comandos hutu, encontraron la muerte junto a cientos de refugiados tutsi indefensos.
Entre sus escritos y cartas encontradas, podemos comprobar como hablan con insistencia de su auténtico amor a los refugiados, que se habían convertido, como ya se ha mencionado, en su auténtica familia. El hermano Miguel Angel, el día antes de su muerte, dejó escritas en su diario las siguientes palabras, que nos dan una idea clara de los acontecimientos previos a la tragedia vivida en aquellos fatídicos días y que aquí reproducimos, (- con su permiso):
- …Rezamos laudes y tenemos una reunión comunitaria para organizarnos y distribuirnos las tareas. Juntamos todos los medicamentos que tenemos para ponerlos a disposición del campo. (…) Comemos un poco, rápidamente. Una marea humana huye de Bagira y Bukavu hacia Walungu. Me paseo por la ruta. Saludo. Veo niños que lloran. (…)
- …Se siguen oyendo fuertes bombazos que se confunden con los truenos. (…) Oigo en la radio que el arzobispo de Bukavu ha sido asesinado y que las calles están llenas de cadáveres. Se me pone la carne de gallina. El que daba la noticia se despedía hasta el cielo con una voz angustiada. (…) La tensión es fuerte. Nos despedimos hasta mañana si Dios quiere.
- …Llegamos al campo y vemos que todo el mundo está huyendo con rapidez. (…) Sigo contemplando el éxodo de más de ciento veinte mil ruandeses de Nyamirangwe y de Kovogovo. Desolador, desolador. Saludo y digo adiós a muchos conocidos. (…)
- …Todos se han marchado. Hacemos una oración juntos y luego consumimos el Santo Sacramento. (…) Comemos y me voy a dormir la siesta. (…) Son las tres de la tarde y el ambiente parece bastante tranquilo. Las monjas se han ido. Los sacerdotes también. No queda más que la población local.
Y con estos testimonios como base y algún otro recurso más dirigido por todos los educadores, rendimos merecido homenaje a estas cuatro personas en los amaneceres del día 2 y 3 de Noviembre, enfocando este recuerdo, no como celebración de su muerte, si no de sus vidas entregadas a los demás, a imagen del propio Jesús de Nazaret, cuya voz “escucharon”, voz que les invitaba a quedarse, a dar su vida, a amar hasta el final. Fueron como Jesús, pan de vida para los demás.